Te escribo desde este presente lleno de preguntas, esperanzas y aprendizajes. Hoy aún soy estudiante, caminante de este oficio que, más que una profesión, es una forma de vida: la de enseñar, acompañar, transformar. Esta carta es para recordarte lo que sueñas ser cuando, por fin, te encuentres frente a tus alumnos, en cuerpo y alma.
Deseo que seas un maestra sensible, que escuche más de lo que habla, que mire a sus estudiantes con ojos de respeto, sin olvidar jamás que cada uno lleva una historia distinta en su mochila. Que tu aula no sea solo un lugar donde se repite contenido, sino un espacio vivo, donde se respira humanidad, curiosidad y sentido.
Aspiro a que enseñes con pasión, no desde la obligación, y que nunca pierdas la alegría de aprender con tus estudiantes. Que seas un artesano de la enseñanza, como dice Andrea Alliaud, capaz de crear con tus manos, tu palabra y tu ejemplo un mundo más justo desde lo cotidiano. Que valores lo pequeño: una pregunta sincera, una sonrisa compartida, un gesto de confianza.
Esa maestra que quieres ser es necesario hoy más que nunca. Porque vivimos en tiempos de prisa, de incertidumbre, de desencuentros, y se necesitan educadores que enseñen a pensar, a sentir, a convivir. Se necesitan maestros que no solo preparen para exámenes, sino para la vida. Que formen ciudadanos críticos, empáticos y comprometidos.
Te pido que no te conformes con lo mínimo. Que luches por ser coherente, aunque a veces duela. Que sepas poner límites con cariño, y que también te permitas equivocarte, aprender y reinventarte. No olvides que enseñar también es un acto político: eliges todos los días qué mundo ayudarás a construir.
Por último, confía. Aunque haya momentos difíciles, aunque sientas que no basta, recuerda que cada semilla que siembres, aunque no la veas florecer, puede cambiar una vida. Y eso ya es un milagro.
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